Imprimir
Categoría: Pensando en verde ...
Visto: 61

Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado
 

La tarde en que el caminante tuvo su encuentro con la cigüeña negra había ido a la laguna para fotografiar garzas reales acompañado de un amigo. Estaba habituado a ver por la zona garzas reales, en la marisma, en los arrozales, sobre las copas de los árboles próximos a los humedales…Ocasionalmente las había encontrado en mitad de un bando de flamencos o junto a otras ardeidas como las garcillas o las garcetas; pero casi siempre las encontraba en soledad, próximas a la vegetación lacustre de las riberas. Tenían un largo, afilado y potente pico de pálida tonalidad rojiza. En alguna ocasión el caminante había contemplado cómo, con un brusco y veloz movimiento de cabeza, introducían el pico en el agua para capturar una incauta presa; pero lo normal era que, como también hacían las limícolas, lo introdujeran en la orilla para remover el fondo y alimentarse de lombrices, crustáceos, moluscos…

Al caminante le gustaba encontrarlas quietas y agazapadas en algún lugar; podía entonces entregarse a la contemplación de su figura estilizada, sus largas patas, su ceniciento plumaje, que contrastaba con el cuello blanco y las líneas de un intenso negro en la cabeza y en la cola. Procuraba fotografiarlas cuando sobrevolaban los canales de la laguna: admiraba el batir lento de sus alas arqueadas, el cuello retraído y la línea recta de sus patas. Eran aves de una extraordinaria envergadura y su vuelo, próximo al agua,  resultaba elegante y señorial. Llamaba la atención del caminante la curiosa jerarquía que conformaba la denominación de las ardeidas: garcilla, garceta, garceta grande, garza real, garza imperial.

Aquella tarde, no obstante, la laguna le tenía reservada una sorpresa al caminante. Fue su amigo quien, señalando a una torre de luz que había a unos metros de distancia, le preguntó: Qué es ese pájaro negro que hay allí. Delante de ellos tenían, sobre la torreta, un ejemplar solitario de lo que parecía ser una cigüeña negra. Cuando retomó el vuelo la siguieron con los prismáticos, de manera que no les resultó complicado localizarla poco después, junto a un canal, entre la vegetación palustre. Las patas y el pico eran de un rojo no muy intenso, anaranjado, un color que se extendía alrededor de los ojos, a modo de antifaz. Tenía el vientre blanco y el resto del cuerpo, como indicaba su nombre, negro. En el cuello y la cabeza presentaba unas llamativas irisaciones, de color verdoso. Debía de ser un ejemplar adulto, había leído en algún lugar que los jóvenes presentaban un plumaje marrón oscuro con menos irisaciones.  Al caminante, en esos momentos, le pareció el ejemplar más hermoso del mundo; por su quietud, por su inusitada presencia, por ser la respuesta a una pregunta que le fue formulada meses atrás, una mañana en que una señora menuda y bajita y con unos ojos chispeantes tras los cristales gruesos de unas gafas de montura verde se le acercó para preguntarle, en portugués, si había visto por allí uma cegonha preta. Entonces el caminante jamás la había visto y quedó un poco sorprendido por la pregunta. Ahora ya sí podía afirmar que la había visto, y que la había conseguido fotografiar, gracias a un encuentro casual mientras andaba buscando otras aves. Y con esa satisfacción inició el camino de vuelta a casa. De alguna manera el caminante sentía  que su encuentro afortunado con la cigüeña negra aquella tarde se había obrado como una suerte de serendipia, de modo que al llegar a su casa, en lugar de consultar guías de aves, como a menudo hacía, buscó en su biblioteca un ejemplar de cuentos tradicionales, entre los cuales se hallaba uno persa titulado Los tres príncipes de Serendip. El caminante era más pajarero que místico pero estaba tan habituado a pasar el tiempo en soledad, escuchando y viendo pájaros, dejando que el tiempo fluyera en armonía y silencio, alejado del ruido, que comenzaba a pensar que eran ciertas las palabras que un día leyera a un escritor querido, el azar es una suerte de causalidad cuyas reglas desconocemos.