Leyendo La promesa: Damon Galgut (Libros del Asteroide, Barcelona 2023), se me vienen a la cabeza dos escritores: uno es el americano William Faulkner, reconocido no solo por su uso experimental de la Literatura, sino por ser el gran retratista de la vida difícil de los habitantes del sur de EE.UU. Para él la sociedad sureña representaba la conciencia de un país decadente y complejo.
El otro es, como el que nos ocupa, sudafricano, se trata de Coetze, también como Faulkner Premio Nobel, y como Galgut, en compromiso contra el apartheid. Así que el círculo se conecta por preocupaciones similares y maneras de entender lo literario, experimentando y abriendo cauces que nos acercan a la incertidumbre de una realidad que también nos sobrepasa.
Si nos centramos en Galgut, decimos que este, más que contar, muestra, pues el autor, a través de la actitud de los personajes, nos hace partícipes del flujo de la historia y entonces quedamos inmersos en un contexto que antes no conocíamos, pero que vivimos en el curso de los protagonistas, completamente heridos desde la dificultad de hallarse.
La historia es muy sencilla: dividida en cuatro partes, la narración se centra en el desarrollo vital de cuatro miembros de una familia de granjeros blancos en el convulso mundo sudafricano (transcurre en Pretoria), durante más de 40 años.
La inmersión del lector es total, pues desde el inicio, asistimos a la influencia de las circunstancias sociopolíticas que guían cada una de las vidas de los personajes. Estamos pues, desde el asombro, en la desestructuración de los imposibles lazos de los miembros de este grupo, singular donde los haya, donde conforme avanzamos en la historia, sentimos el abismo de la no reconciliación, no solo con ellos mismos sino con los otros y con su espacio y su tiempo.
Para contar los acontecimientos que suceden, el autor experimenta con todas las personas narrativas en las que puede hacerlo, a veces se dirige directamente a los lectores, otras, la mayoría, se sirve del autor omnisciente, muchas veces deja fluir la conciencia del personaje, utiliza también la segunda persona para que los personajes establezcan diálogo con ellos mismos, sus pensamientos y conclusiones, mezcla lenguajes soeces, fríos, con léxico sencillo y directo, local, y otras resulta profundamente lírico.
En este momento no hay nadie en la casa. Lleva un par de horas abandonada, inerte en apariencia, pero hace pequeños movimientos, la luz del sol acecha en estos cuartos, el viento sacude las puertas, se expande por aquí, se contrae por allá, emite pequeños estallidos, crujidos, como un cuerpo viejo (pág. 95)
Toda esta amalgama de recursos resta comodidad al lector que busca relajación, ya que desconcierta mucho el vaivén de puntos de vista, sobre todo en las primeras páginas, sin embargo, conforme nos adentramos en el relato, perdemos esa inseguridad inicial y nos dejamos envolver por la historia, turbulenta y muy interesante, entendiendo que, lo que se quiere contar, solo puede hacerse de esta manera.
Resulta muy acertada la forma de presentar a los personajes, siempre a través de un acontecimiento, en este caso relacionado con la muerte de alguno de ellos, que los reúne cada cierto tiempo. Gracias a estos encuentros vamos conociendo sus rencillas, maldades personales, dificultades de relación, pensamientos respecto al contexto político; gracias a sus actuaciones y diálogos intuimos su futuro, el único posible para cada uno de ellos.
El panorama político es desolador, notamos la decepción continua del autor en los personajes, la dificultad de encontrar resquicio para que haya soluciones, pero vemos que el escritor sencillamente es honesto con lo que él mismo ha vivido, se limita como decíamos antes, a mostrar la verdad a través de sus propias experiencias.
Todo el desarrollo gira en torno a una promesa incumplida durante muchos años, conectada con una solución final parcheada e insuficiente, reflejo de la real situación del país. No nos engaña, Dalgut, sino que atempera en su solución final una realidad que existe actualmente a pesar de los intentos de reconciliación. Es lo que nos hace concluir con su propuesta.
Conoceremos entonces la falta de compromiso, la insistencia en buscar salida en la religión, muy presente en la novela, tratada por el autor con mucho humor, que se vuelve absurda y superficial en la figura del reverendo y confesor familiar; conoceremos la violencia, la apariencia de una vida de engaño (Astrid), el futuro desolador e inútil al que nos lleva la adición (Anton); los personajes, como compartimentos estancos, están solos ante sus propias debilidades y solos llegan cada uno a su final esperado por el lector, pues los conocemos y sabemos que hay pocas opciones de solución para cada uno de ellos.
Todo sacrificio es inútil cuando nadie nos escucha. Todo va perdiendo brillo por la propia dejadez, el deterioro los amenaza, nos amenaza también a los que leemos esta novela, a través de los objetos, la casa, el transcurso vital, la ciudad, solo queda, unánime, testigo mudo, la naturaleza, esta no cambia, porque, silenciosa y bella como es, aún espera que haya cambios, que, si no han sido posibles en la historia larga del pasado de un país, quizás lo sean en el futuro del mismo.
¿Qué ha cambiado, Amor? Ni las ramas negras, ni las piedras, ni las vistas, no demasiado. No, la que ha cambiado eres tú, los ojos con los que miras. Nada es como antes, ni las dimensiones ni el miedo. Este épico paisaje es bastante pequeño en realidad. No es más que un lugar. Un lugar donde te pasó algo (pág. 319).
Hay una cita al final de la novela que representa muy bien lo que significa esta lectura, segunda de este curso para el Club de Lectura Ítaca, es la siguiente:
Un libro debería ser el hacha con la que abrir de cuajo el helado mar de nuestro interior.
M. COETZE
Así es. Con un golpe certero, el autor da con el interior del mundo de este país, del suyo. Símbolo de lo que pasa en él es la historia que cuenta, desde los personajes, espacios, acontecimientos, maneras de relatar, todo conectado. Galgut nos transmite la preocupación por su entorno próximo, con dureza, pero no sin amor.
Muy buena lectura esta que recomendamos por su riqueza asombrosa en todos los sentidos. Necesaria si queremos conocer la historia de otros países, admirable en sus variados recursos literarios, como un hacha que nos abre el helado mar del interior humano.

ALGUNOS DE LOS MIEMBROS DEL CLUB DE LECTURA ÍTACA. Diciembre 2025
