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“La violencia nunca puede ser un instrumento político”

(Frase escuchada en el Parlamento Europeo esta pasada semana)

Me da miedo que existan personas que apoyen la actuación policial del pasado 1 de Octubre. Me asusta que haya españoles que realmente consideren correctos y justificables los actos de violencia cometidos por las fuerzas del “orden” contra una población indefensa que solo ejercía su derecho al voto y la democracia, como si de una escena sacada de una película distópica de un régimen autoritario se tratase.

 

Aunque puedo entender que realmente no son los policías en sí los que deberían ser condenados, ya que ‘solo’ siguen órdenes de una autoridad mayor (aunque, ¿hasta qué punto puedes seguir órdenes? ¿Acaso dejas de lado tus valores y tu ética personal por seguir órdenes?).

En todo caso, los verdaderos criminales, los únicos culpables de este embrollo, y los que sí que merecen sufrir algún tipo de represalia no son otros que los políticos incompetentes, tanto catalanes como españoles (y no el pueblo que ejercía el derecho a voto que durante tanto tiempo se les ha negado).

Por un lado, el gobierno actual que, incapaz de dialogar y llegar a un pacto democrático y respetuoso para ambos bandos, decide esperar a que sea demasiado tarde, mandar a los cuerpos de policía, mirar hacia otro lado mientras apalean a sus propios ciudadanos y luego intentar auto-colgarse la medallita de cara a los medios como si hubiera tratado la situación de forma remarcable (lo único que hacen remarcablemente es humillar a todos los españoles y convertirnos una vez más en la vergüenza de Europa).

Y por el otro lado, los políticos independentistas, liderados por Puigdemont, pretendiendo actuar por encima de la legalidad para complacer sus propios intereses y organizando un referéndum ilegal sin ningún tipo de consenso.

Creo que las leyes deben servir al pueblo y no a la inversa, y las leyes deben evolucionar constantemente junto a su población (¿cuán legítima es una Constitución que ninguno de nosotros hemos votado?), pero vivimos en una sociedad ordenada y para que todo esto de la convivencia funcione tenemos que actuar bajo algún tipo de leyes y valores, el más básico de ellos, el respeto. Por mucho que apoyo que el pueblo catalán (y sólo el pueblo catalán, ya que no creo que yo como andaluza debiera tener la misma voz y voto en un conflicto que no me afecta directamente que un catalán, que está envuelto en este problema desde que nació, que comprende y tiene (o no) ese sentimiento de no-pertenencia, de que el país en el que se encuentra su comunidad, con el que no comparte ni cultura, ni lengua, no lo representa) tenga el derecho a decidir por su comunidad, el derecho a votar, a la democracia y a expresarse libremente, hay formas y formas de hacer las cosas, y la clave para que todo esto siga funcionando y no acabemos ‘a palos’ como recientemente, es dialogar y dialogar, escucharnos, ponernos en el lugar del otro y llegar a un consenso.

Personalmente, no estoy a favor de la independencia, porque no creo que trajera nada positivo ni para España, ni para Cataluña, tanto económica, como política y socialmente. Y quizás no estoy siendo objetiva, porque Barcelona es una de las ciudad más bonitas, brillantes y llenas de cultura y arte de España y porque he conocido en Cataluña a personas tan encantadoras, amables y abiertas (que tiran por el suelo todos los malos estereotipos que se tienen de los catalanes), que me entristecería enormemente perder una de las pocas cosas que me gustan y me quedan para estar orgullosa en este país: el hecho de que lo comparto con personas (catalanas, andaluzas, madrileñas…) buenas, acogedoras y llenas de ganas de dar y de vivir.

Lo último que necesitamos en estos tiempos de incertidumbre son más nacionalismos, segregación y razones para separar seres humanos.

Laura García Morillo 1º BACH AB