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El caminante se había detenido en un recodo del camino donde había una gran piedra caliza que, a modo de mesa o tablero, había utilizado para vaciar su mochila y buscar aquello que no acababa de encontrar, una batería nueva para su cámara fotográfica que recordaba haber cogido antes de salir de la casa. Sobre la superficie lisa de la piedra había ido extendiendo todo  lo que, conforme pasaba el tiempo y aumentaba su ansiedad, iba cobrando la apariencia de los restos de un naufragio: un par de libretas, una guía de aves, un teléfono móvil, una botella de agua, dos cámaras fotográficas, tabaco, mecheros…

Parece usted un muñeco portugués, que tiene ojos pero no ve. Enseguida reconoció  la voz burlona de un pastor con quien había compartido en alguna ocasión sus paseos por el campo. Y no le faltaba razón al buen pastor, dado que cuando pudo tranquilizarse un poco advirtió que  tenía la pieza que buscaba justo enfrente, al alcance de la mano. Así es, le contestó, mostrándole la batería con una indisimulada expresión de alivio en el rostro. Aprovechó la ocasión para preguntarle al pastor dónde había aprendido ese refrán tan curioso y este le contestó que lo había escuchado más de una vez durante los años en que estuvo pastoreando por una zona fronteriza entre Extremadura y Portugal. Aquella fue durante un tiempo una tierra de contrabando y mercadillos, ya sabe usted, le dijo el pastor. En realidad el caminante no supo si había entendido bien lo que había querido decir su amigo el pastor con esas palabras, pero intuyó en ellas una época en que las fronteras eran más permeables y las mercancías pasaban de un lugar a otro de las mismas con la fluidez de un líquido que arrastraba con ellas gestos y palabras.

Caminaron juntos durante un rato; luego el pastor se quedó con sus cabras en una suave loma donde había abundante pasto y el caminante tomó por un sendero que se abría hacia la derecha, hacia un campo de cereales y arboleda dispersa donde había tenido oportunidad de fotografiar en alguna ocasión a una pareja de cernícalos. Además, era una tierra de regadío en cuyas zonas encharcadas solía encontrar garcetas, cigüeñas, moritos…El caminante tenía pocas certezas y cuando salía al campo una le bastaba: la hora de regreso. El resto quedaba en manos de la provisionalidad y la improvisación. Era consciente de que pocas cosas había tan provisionales como la imagen de un ave encuadrada por el objetivo de una cámara y esa conciencia le había facilitado regresar a casa en muchas ocasiones sin la fotografía deseada. En otras se había visto obligado a improvisar, a pesar de que él se sentía cómodo en la rutina. Las circunstancias podían obligar al caminante-navegante a modificar la ruta marcada en su cuaderno de bitácora: un camino cortado, una imprevista lluvia, un desfallecimiento inesperado o el encuentro inusitado con algún ave a la que nunca había visto, como fue el caso aquella mañana en que se encontró con el pastor de cabras. Llevaba un rato caminando solo cuando se vio delante de una hermosa ave rapaz de cabeza voluminosa y pico corto y curvado; el plumaje casi en su totalidad era de un gris azulado, salvo en sus partes inferiores, de color blanco y los hombros y bordes de las alas, de color negro. Permanecía quieta, encaramada en su posadero, un poste lindero del camino. Esta sí que tiene ojos, se dijo el caminante, recordando las palabras del pastor. Lucía unos hermosos ojos de color rojo carmesí. Era un elanio común, conocida también como garrapiña cenizosa. Con la mayor cautela posible, el caminante sacó su cámara y pudo hacer algunas fotografías antes de que el elanio emprendiera el vuelo, batiendo lentamente sus alas. Cuando se hubo alejado unos metros lo vio cernirse en el aire para posteriormente descender en picado con las garras extendidas y las alas en V. El encuentro con el elanio no se había dilatado más de cinco minutos, escasos pero suficientes para percibir toda la belleza que esa imagen le podía proporcionar. La provisionalidad, pensó el caminante mientras regresaba a casa, no está reñida con la belleza. Más bien al contrario.

Digresión sobre la belleza

Regreso a los ojos del muñeco portugués