Los gorriones protagonizan la intrahistoria de las aves, se dice el caminante alguna mañana en que, en lugar de salir a fotografiar otras aves en humedales, marismas y campos de labranza, se dirige a un parque de la población y busca un banco donde sentarse y desde donde observar lo que ocurre a su alrededor. Son días de mucho calor, próximo ya el verano, y no es extraño que aparezca en el suelo el cuerpo de algún gorrioncillo muerto, cubierto de hormigas. Algún chiquillo se acerca, golpea suavemente con la punta del zapato el cuerpo del gorrión para ver el desorden de las hormigas y sale corriendo.
Los gorriones, esas avecillas que han encontrado acomodo en la memoria infantil de tantas personas…quién no acogió alguna vez en su casa, durante unos días, a un gorrión desvalido e intentó darle de comer como pudo o supo, generalmente con el peor de los resultados. Qué niño no encontró alguna vez un nido de gorriones devastado por el azote de un temporal de viento. Los gorriones, esos testigos mudos de las historias de las ciudades y tan ligados a la actividad humana. No en vano, la presencia humana les proporciona fácil acceso al alimento, al agua y a los lugares de anidación, cruciales para su supervivencia. Le contaron al caminante alguna vez que aquellas poblaciones que por razones diversas son abandonadas por las personas quedan poco tiempo después desiertas de gorriones. Y el caminante recuerda haber leído la trágica historia de la campaña que emprendió en China el líder de la revolución cultural comunista para acabar con lo que, consideraba el incauto, era una plaga que ponía en peligro las cosechas: los gorriones molineros. Involucró en su campaña de exterminio del gorrión a toda la población y, tras llevarlo, prácticamente, al límite de la extinción, las sucesivas cosechas fueron desastrosas y el pueblo chino sufrió unos años de terrible hambruna. A su amado/temido líder se le había pasado por alto un detalle: el gorrión molinero, como ave granívora que era, podía ser un perjuicio para las cosechas de trigo pero era un garante absoluto de las mismas porque las mantenía a salvo de la plagas de insectos. Sonríe el caminante pensando que no siempre el humano interpreta correctamente las señales del cielo.
Sumido en estas elucubraciones, pasa la mañana el caminante. Una pareja de gorriones revolotea hasta una fuente próxima. Uno de ellos tiene el pico negro y una mancha oscura que se extiende desde la garganta hasta el pecho. Debe de ser el macho, piensa el caminante. Los tonos del otro, la hembra, son más apagados. Durante unos minutos se refrescan y beben en la fuente. Finalmente, emprenden el vuelo con unos fuertes aleteos seguidos de unos veloces planeos hasta que desaparecen, trazando en el cielo azul el dibujo imaginario de una comba infantil. El caminante se levanta y abandona el parque; ha resultado ser una mañana plácida en la que él se siente como un personaje más de la intrahistoria de esa población donde vive, personajes de vidas anónimas que no ocuparán los titulares de la prensa o de los libros de Historia del mismo modo que los gorriones no figurarán en las portadas de las guías de ornitología. Como ellos, personajes que forman parte del decorado de la existencia, del callado fluir de la Historia, de las mañanas en los parques.
Gracias David.