Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado
 

Begoña M. Rueda (Jaén, 1992), es una poetisa y lavandera española, ganadora, entre otros del Premio de poesía Hiperión en su XXXVI convocatoria con su más reciente poemario: Servicio de lavandería.

Su pasión por la escritura comenzó a los 10 años, cuando comenzó a transformar en poesía todo cuanto vivía y le afectaba.

Al concluir el instituto, inició el Grado de Filología Hispánica en la Universidad de Jaén. Sin embargo, en 2019 abandonó su ciudad natal y se trasladó a Algeciras, donde comenzó a trabajar en la lavandería del Hospital Punta de Europa, motivo por el cual no pudo llegar a graduarse. Durante esa etapa, escribió su poemario Servicio de lavandería para narrar sus vivencias como lavandera de hospital durante la pandemia de COVID-19.

Además de este, ha publicado otros seis libros: Princesa Leia, Siberia es un estado de ánimo, Reencarnación, Error 404, Todo lo que te perdiste por meterte a monja, Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

El hecho de que todas sus obras hayan sido premiadas ha avalado su trayectoria, otorgándole visibilidad y también la posibilidad de publicar todas sus obras, aunque no el suficiente reconocimiento económico como para vivir de la poesía. Como ella misma afirmaba en una entrevista para un periódico local:

“Simplemente la vida me ha venido de determinada forma. Por sucesos personales me encuentro trabajando. Mi situación ideal sería retomar mi carrera, que me quedaban apenas ocho asignaturas para terminar el grado de Filología Hispánica y salir de este trabajo, que no es precario, pero bien pagado no está. ¡Ojalá se pudiera vivir de la poesía! De los premios que he ganado no puedo vivir, algunos tenían dotación económica, otros no, los que tenían dotación económica no dan para mantener una casa, para comer, para vestirse. Ojalá pudiera vivir de la literatura, porque es mi vocación, no doblar toallas.”

Servicio de lavandería

Este conjunto poético escrito por Begoña M. Rueda ha sido publicado este mismo año, dos años después del trágico hecho que lo marca: la pandemia de Covid-19.

La autora, dejó sus estudios por necesidad económica comenzó a trabajar en la lavandería del hospital Punta de Europa en Algeciras.  Allí, con una parte de este poemario ya construida, le sorprendió la pandemia. No pudo y no quiso evitarla. Las sábanas que pasaron por sus manos, las huellas de los cuerpos y sus fluidos, quizás también sus almas, se convirtieron en material de trabajo para esta poetisa lavandera.

¿Qué hace una estudiante universitaria que ha abandonado temporalmente los estudios trabajando en la lavandería de un hospital? ¿Qué sintieron aquellas personas que tuvieron que seguir trabajando, arriesgando su salud, durante la pandemia? ¿Por qué debe una mujer ocultar sus sentimientos y emociones en su lugar de trabajo? Son algunas de las preguntas que nos plantea la autora con sencillez y a la vez con una delicadeza  que resulta desgarradora.

El miedo ante lo desconocido, los fallecidos, la falta de material para protegerse, la admiración por el trabajo de sus compañeros sanitarios, todo se lava y se centrifuga, en versos que destilan y aquilatan la pandemia.

 

 

"Mañana podría tocarle a ella pienso.

Coronas de flores frescas

acompañarían su ataúd

y una compañera de facultad

la reemplazaría al día siguiente.

Así, como si nada.

Como si la vida

mañana podría tocarle a ella

lo mismo que podría tocarme a mí".

 

  

 

Resumen

Como en las fases del programa de una lavadora automática, Servicio de lavandería comienza por el prelavado: una nota poética dedicada a la vida cotidiana de esas periferias de los hospitales que no vemos, donde la miseria se depura para que sábanas y camisones vuelvan a un blanco inmaculado. «Dos lavadoras industriales bastan para blanquear la ropa de las heces y de la sangre que podría ser mi sangre, mi miseria podría ser algún día un camisón cubierto de vómito…» «Bendita sea mi vida, bendita mi salud, porque algún día, quizás, podría ser mi miseria un camisón».

Después, de una pequeña introducción comienza el lavado: un fragmento de la obra reservado a narrar en primera persona la experiencia vivida durante la pandemia de una mujer a la que le tocó seguir funcionando cuando el mundo entero se congeló.

La tercera parte, el aclarado, es un apartado dedicado al desamor, a la melancolía y sobre todo a la reivindicación del reconocimiento de la indispensable labor de unas mujeres tan infravaloradas como son las lavanderas.

El centrifugado es un último poema donde la autora, desde la más absoluta delicadeza, expresa el amor y el cuidado que pone tanto en su trabajo como en sus poemas:

“Escribo estos poemas

Igual que plancho

El pijama de un niño enfermo.

Una los escribe

Con especial esmero, como si

Estuviera escribiendo los poemas

Que quisiera que leyeran mis hijos”.

 

 

Relación con la filosofía

Este poemario, está narrado desde la perspectiva de una mujer humilde, sencilla y trabajadora que comparte con nosotros, en un tono que roza lo coloquial, su experiencia de vida en la lavandería de un hospital.

En cada uno de sus poemas podemos ver reflejado el dolor, la indignación, la incertidumbre, el miedo o la repugnancia que siente la autora hacia las diferentes situaciones que vive. La poetisa trata temas como la muerte, la explotación laboral, el amor, la pérdida del ser querido, el abandono de la tierra natal, la frivolidad del mundo moderno o el deseo homosexual.

De esta forma nos invita a reflexionar y a hacernos diversas preguntas: ¿Qué hace una mujer inteligente y con estudios trabajando en una lavandería? ¿Por qué una mujer puede llegar a querer ocultar su orientación sexual en el trabajo? ¿Por qué nadie valora el trabajo de las limpiadoras y las lavanderas? ¿Por qué nadie aplaudió nunca su labor, como si se hizo con l@s médicos y l@s enfermer@s? ¿Qué significa la nueva normalidad tras la pandemia?

Begoña Rueda narra en un tono angustiado y melancólico su día a día en un trabajo donde se ve condenada a convivir con la presencia constante e ineludible de la enfermedad. A través de diversos poemas, inspirados en la vida de algunos de los pacientes que conoce en el hospital, nos recuerda con tristeza y resignación la inevitabilidad de la muerte, retratándola como ese desenlace final al que todo ser humano esta condenado:

“A 23 de marzo de 2019

(…)Me pregunto por aquel paciente

De aspecto enjuto, macilento,

Al que parecían agarrarle en las vísceras las hondas raíces de la quimioterapia

Mientras esteraba a saber qué. (…)

Me pregunto si logró salir adelante,

Ponerse en pie aquel día,

Arrastrar sus zapatillas de estar por casa hasta la planta de oncología,

tumbarse en la cama y apretar la mano de su esposa

hasta recobrar poco a poco la salud,

o si en cambio no tuvo otro remedio

que continuar esperando sepa Dios que cosa

en ese maldito pasillo de bombillas parpadeantes

hasta que la muerte, con su bata blanca,

se dignara por fin a recogerle.”

 

Por otro lado, la autora nos cuenta como es formar parte de esa parte subterránea del engranaje del cuidado, aquella que se esconde en la planta baja del hospital, oculta a la vista del paciente. De esta forma, Begoña Rueda trata de visibilizar lo que parece invisible, dando voz a un colectivo que desde siempre, y sobre todo durante la pandemia, ha estado marginado, y ha sido infravalorado y menospreciado por muchos:

“A 2 de abril del 2019

Nada podemos hacer

Sino continuar planchando las batas de los médicos

Que cuando se cruzan con nosotras

Se creen demasiado dignos

Como para rebajarse a darnos los buenos días”.

 

El yo lírico que narra el poema se presenta en primera persona y se percibe solo frente a una sociedad que cree incapaz de verle tal y como es. Así da pie a una parte un tanto más personal de la obra donde la voz narrativa, cargada de dolor y de rechazo hacia sí misma, expresa el miedo a que sus compañeras descubran quién es en realidad y el desconsuelo fruto de un desamor pasado. En estos poemas la autora recuerda a alguien que hizo mella en su corazón, alguien a quién, en contra de su voluntad, ella sigue amando. Esta visión desengañada y apenada del amor le provoca un sentimiento de soledad e impotencia que le hace pensar que ya nunca más será capaz de volver a enamorarse: 

“A 28 de abril de 2019

(…) Ingenua de mí, pienso que aún me quieres (…)

El corazón me pega un vuelco, maldita

Fe ciega y malditos todos los que son amados

De la misma manera en que ellos aman,

Qué flores van a ser cortadas para mi

Si no las de plástico, qué flores,

Algún día una corona cubrirá mi lápida

O más bien

Un humilde manojo de ortigas”

 

Al malestar producido por esa sensación de soledad e incomprensión debemos añadirle la percepción de unas condiciones laborales denigrantes: “Mientras desayunamos, las cucarachas corretean por nuestros pies”, “mal desayunamos en la sala de estar, escuchando a las compañeras orinar mientras tomamos el café”. En estos versos la autora refleja con indignación unas condiciones de trabajo humillantes y denigrantes que las trabajadoras se ven obligadas a soportar a cambio de “un maldito chusco de pan”.

En este poemario, Begoña no solo expone la precaria situación de estas lavanderas sino que además reivindica la labor de personas que como ella con su trabajo callado formaron parte de la sociedad activa que ayudó a combatir y a sobrevivir a la pandemia.

En definitiva, podríamos afirmar que Servicio de lavandería, es una obra tan sencilla y a la vez tan compleja que logra causar gran fascinación en todos sus lectores. Así pues, este poemario/diario personal no solo pasará a la historia como un auténtico manifiesto por el trabajo digno sino también como un documento más de esos que inmortalizarán todas esas emociones y sentimientos experimentados durante la pandemia.

 

Fragmentos: 

Prelavado

En la lavandería del hospital donde trabajo

la ropa de los enfermos, la ropa

de los que o regresan de la úlcera

o se dejan amarillear por la muerte,

se amontona en bolsas a las siete de la mañana.

Dos lavadoras industriales

bastan para blanquear la ropa de las heces

y de la sangre que podría ser mi sangre, mi miseria

podría ser, algún día, un camisón

cubierto de vómito

de los que una vez lavados lucen como nuevos,

bendita sea mi vida, bendita mi salud

porque algún día, quizás, podría ser mi miseria

un camisón.

 

Cada pijama doblado y planchado es un paciente que abandona el hospital. Un enfermo que quizás se recuperó o al que quizás se lo llevó la muerte. Así, las lavanderas limpian la que pudo ser la última prenda que alguien llevara en vida. Eliminan sus manchas y devuelven el blanco antiséptico a la ropa, borrando lo que pudo ser el último rastro de humanidad que dejara una persona. Ellas saben a qué olían los enfermos antes de fallecer pues fueron ellas las que borraron la huella de la enfermedad que los abatió.

En las lavanderías de los hospitales, “la muerte se apila en cajas de cartón junto a los inodoros” para posteriormente ser lavada, aclarada, centrifugada y planchada. Así pues, una lavadora industrial parece bastar para blanquear la miseria plasmada en la ropa del que algún día la llevara puesta. 

A 7 de abril de 2019

Algunas de mis compañeras

Después de cargar  veinticuatro lavadoras industriales

Llegan a casa

Y preparan la comida para todos,

friegan los platos, limpian la cocina,

barren el salón y por fin se sientan un poco

hasta que llegan sus nietos,

les preparan el biberón

y juegan con ellos mientras

ponen la lavadora en casa

y ya no se vuelven a sentar

hasta que la dichosa centrifuga

y por fin pueden

tender la ropa e ir pensando

en preparar la cena y cambiarle

la arena a gato, suelen pasar

la noche en vela

y de golpe ya es de día

y vuelta a empezar, mujeres

que valen su peso en oro

pierden la salud

a dos duros la hora.

A ti, que me cuidas cada día, ejerciendo de doctora, de cocinera, de limpiadora, de barrendera, de psicóloga, de maestra. A ti que trabajas sin descanso y sin embargo sacas tiempo para escucharme y buscar una solución a mis males y problemas. A ti que eres una mujer en un mundo de hombres. A ti, que me diste la vida, el coraje y la fuerza. A ti y a todas las que como tú cada día llegan de trabajar aún con fuerza para sostener los pilares de su hogar.

Yo me crié cerca de mujeres así, mujeres tan trabajadoras como invisibles. Yo vi la mirada del que no las valora, del que permanece impasible en el sofá ajeno al esfuerzo que supone cuidar sola de unos niños y una casa.

Ellas, mujeres que valían y valen su peso en oro, y que aun así tienen poco que llevarse a la boca. Mujeres a las que nadie nunca pone en valor la importante labor que realizan, sin la cual no se sostendrían sus casas.

 

A 7 de abril de 2019

Es vivirlo

Que te gusten las mujeres siendo mujer

E ir a trabajar con el miedo

A que lo descubran

Las compañeras.

Sospecho que las hay

Que se han dado cuenta,

Es complicado ocultar lo que una es, lo que una siente,

Por mi parte

Procuro cambiarme de ropa

Cuando todas ellas han abandonado los vestuarios

Y cambio bruscamente de tema

Cuando me preguntan si tengo novio, es vivirlo,

Todo el día intentando evitar

Hacer o decir cosas

Que pudieran servirles de argumento,

Para tratarme diferente,

El día entero doblando sábanas,

Pijamas, toallas y camisones

Intentando parecer igual,

Intentando parecer

Quien no me hacen

Sentir que soy.

 

 

 

Si la mujer pudiera decir lo que ama

Sin importar lo que nadie más pudiese pensar

Si fuésemos libres

Libres para poder amar

Si no fuésemos presos

de las cadenas que oprimen nuestros sentimientos

Si pudiésemos gritar

nuestros amores al viento

Oh amor, yo prometo cuidarte

Hasta que el corazón lo permita

Pero a cambio tú déjame ser

Desentiéndete de reglas, experimenta

Olvida las convenciones y las normas

Y permíteme vivirte con quien yo te sienta

- Estrella Guillen Aranda -

 

 

Si el hombre pudiera decir lo que ama

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Luis Cernuda

 

 

Opinión personal

En mi opinión, Servicio de lavandería es un poemario que recoge con una delicadeza desgarradora la historia de una mujer sencilla que nos habla del amor, del dolor, la indignación y del miedo mientras reivindica unas condiciones laborales dignas y un mínimo reconocimiento a su trabajo.

El libro trata con sensibilidad temas tan humanos como la enfermedad, la falta de autoestima, el desengaño amoroso o la muerte. Además, en sus poemas, la autora narra en primera persona la experiencia de la pandemia desde la perspectiva de aquellas personas invisibles que también estuvieron al frente de la lucha contra el covid. Así  crítica con fineza a una sociedad ciega, incapaz de valorar a los individuos más humildes y trabajadores, que constituyen  un pilar fundamental, aunque olvidado, de la misma.

Los versos del primer capítulo comienzan el 21 de marzo de 2020: «De casa a la lavandería, y de la lavandería a casa, España hace una semana se declaró en cuarentena por una pandemia de origen asiático. Mil noventa fallecidos y veinte mil contagios más tarde yo sigo esperando el autobús». Una rutina que no tiene premio. Mientras se aplaude a los sanitarios, se olvida a quienes lavan “la ropa de los contagiados con las manos desnudas”.

En el segundo capítulo, entre sábanas, pijamas y sudarios que plancha para los muertos del tanatorio, la voz narrativa se empequeñece. La presencia constante de la muerte en sus manos parece instarla a buscar refugio en esa intemperie: «yo por sudario quisiera las manos de mi madre, morir antes que ella y engendrarme de nuevo en su vientre, volver a ser niña y no tener ni idea de que en las lavanderías de los hospitales la muerte se apila en cajas de cartón junto a los inodoros».

A ese sentimiento de repulsión hacia la frivolización de la muerte debemos sumarle la melancolía producida por el abandono de la tierra natal, del hogar que la hace sentir aún más desprotegida y vulnerable ante la pandemia. Sin embargo, este dolor no tapa otro dolor más hondo, más personal: “me cuesta reconocerlo pero hace tiempo que siento que no la soporto. La vida” “por dejar, dejamos de querernos, dejé de quererme, todo lo dejé porque me hacía verdadera falta”. Así el yo lírico se abre en canal al lector y le cuenta como él se vio obligado a dejarlo todo atrás, a dejar su casa, sus cosas, a sus seres queridos, obligado a dejar de ser simplemente por cuestiones materiales, económicas. En estos versos la autora parece mandar un mensaje clave: el dinero nos hace esclavos, la falta de él nos obliga a dejar atrás todo lo que queremos, haciéndonos emprender un camino de resignación donde podemos llegar a perdernos a nosotr@s mism@s.

Si levantáramos por un segundo nuestra mirada al horizonte, fijándola al otro lado del mar, podríamos comparar (aunque a diferentes niveles) esta historia con la de los miles de migrantes que cada año abandonan sus casa, sus gentes, su tierra por pura necesidad con el objetivo de alcanzar un futuro mejor que al final se acaba traduciendo en un trabajo precario con unas condiciones laborales denigrantes.

Tras esta primera fase más personal, comienza la auténtica crítica social desencadenada por una mala gestión gubernamental durante la pandemia. La autora pone de manifiesto como al servicio de lavandería del hospital de Algeciras no se le proporcionará mascarillas hasta el mes de abril. Ciertamente, el desabastecimiento de los EPI fue un gran problema de salud pública. EL 6 de Agosto de 2020, el periódico La Vanguardia, en un artículo firmado por la redacción de Barcelona recoge que “La falta de equipos de protección, los famosos EPI y de las pruebas de diagnóstico, las PCR, contribuyeron a la alta tasa de contagios entre el personal sanitario y sociosanitario y mermó la respuesta del sistema”. Sin embargo, estas trabajadoras tan expuestas a la enfermedad como fueron las lavanderas fueron a su vez uno de los últimos colectivos en recibir este tipo de mascarillas, así, un mes después del comienzo de la pandemia, Begoña Rueda escribía: “Al fin, Un bozal de papel, para que no nos ladremos la muerte entre nosotras”.

Sin embargo, la crítica social va más allá de la pandemia, haciendo hincapié en la infravaloración de trabajos como el suyo. Yo  recojo en estas líneas mi apoyo a esta acusación de maltrato a cierto personal sanitario y sociosanitario que hace la autora. La crítica a la desigualdad laboral se refleja en este poemario, polarizada fundamentalmente en dos figuras: la de la jefa “no desayuna con nosotras, las cucarachas no crujen bajo su zapato, ella tiene / una vela aromática junto al ordenador, caramelos / y muy poca vergüenza”, y la de su compañera Trini “una señora / de sesenta y tres años a la que llevan / explotando desde los trece, / edad en la que para sobrevivir / se veía obligada a fregar de rodillas / en las casas de los señoritos / que a la hora de comer / la marginaban en una habitación aparte”. Por medio de estos dos personajes, la autora nos expone la depravada actitud desde siempre tan característica en los jefes, los cuales parecen insensibles a la imagen de desolación que proyectan sus empleados a causa de unas condiciones laborales humillantes.

En epílogo la autora sentencia: “escribo estos poemas igual que plancho el pijama de un niño enfermo”. Con esmero y cuidado. Los poemas de Servicio de lavandería son delicados, hablan del desamor y de la muerte, de la amargura de vivir, de los pequeños detalles con sentido que nos ayudan a sobrellevar la carga, de la invisibilidad de los que limpian la miseria de los enfermos y preparan a los muertos. Tienen una honda y humilde belleza que conmoverá a cualquier lector sensible.

“Intento encontrar sensibilidad entre tanta máquina, entre tanto trapo, entre tanta tristeza, y también alegría. Porque no solamente la gente va al hospital a morir, sino también a recuperarse, La ropa tiene alma, la ropa trasmite, en especial la de los niños, que es la que más pena da, porque dices, esta criatura tan chica, que se ve el pijamilla tan chico, que parece el de un muñeco...y hay un momento que piensas: ¿Esta criatura habrá salido para delante?.”

En definitiva, considero que este poemario es tan breve como enriquecedor, pues nos invita reflexionar sobre temas muy variados: desde la precariedad laboral hasta el amor homosexual o la enfermedad. Cada una de sus páginas nos recuerda que la literatura no debe ser ajena a la vida; incluso cuando la vida es muerte, debe poder contribuir –si el creador o creadora así lo desea– a exorcizar el dolor, el miedo, a potenciar la solidaridad, en definitiva, a narrar la experiencia, los sueños y los sentimientos de cada ser humano.

Descargar Lavandería.pdf