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La emoción y el asombro son rasgos constitutivos de la naturaleza humana y acompañan al caminante como una segunda piel cuando transita por marismas y humedales; piensa este que la existencia es rutinaria y aburrida en términos astronómicos pero en términos humanos el asombro, como la emoción, como la sorpresa o la admiración son permanentes. Para los griegos el asombro (θαυμάζω) era como la picadura de un tábano, una picadura repentina que nos sobresalta, nos despierta y nos coloca allí donde no estábamos segundos antes. Así se lo hizo saber a su acompañante una tarde en que ambos se vieron sorprendidos por el hermoso trotar de un reducido grupo de caballos que se dirigía hacia el interior de la marisma. El jinete se acercaba, tocando el tambor del llano, recitó el caminante, evocando los versos de García Lorca. Minutos antes, se habían detenido a contemplar un águila pescadora que, como un misil, se había lanzado al agua para atrapar con sus garras un pez y a continuación elevarse con sus poderosas alas, estrechas y anguladas. Era un ejemplar adulto en el que contrastaban sus partes inferiores blancas con las superiores oscuras. Poco después ambos se detuvieron,  en respetuoso silencio, ante el cuerpo inerte e inflado de una vaca retinta que, bajo la luz de la tarde, adquiría una dimensión descomunal. No, no hay lugar para la rutina ante el espectáculo de la vida, le dijo el caminante a su compañero, señalando el cadáver.

Permanecieron callados durante el resto del camino. Tan acostumbrado estaba el caminante a pasear solo y en silencio que cuando iba acompañado sentía que perdía una visión completa de lo que le rodeaba. Pero esa tarde de finales de año aún les reservaba a ambos un lugar para el asombro y el entusiasmo ( θαυμάζω ) cuando al paso les salió un pequeño ejemplar de cernícalo común que, cernido en el aire, oteaba el terreno que se extendía bajo sus alas buscando una posible presa. Tenía una larga cola abierta en abanico y rematada en sus extremos por un tono oscuro; la coloración del plumaje era de tonos pardos y estaba salpicada profusamente por manchas negras. El cernícalo, o la garrapiña, como también era conocido, permanecía inmóvil en el aire, aleteando activamente para mantenerse suspendido cual una cometa. Aprovechó el caminante para hacer algunas fotografías y luego se entretuvo en explicarle a su acompañante la hermosa etimología del nombre de esa pequeña rapaz; era una denominación que se remontaba a la palabra latina cerniculum, criba o cedazo que se agita de un lado a otro para separar la harina del salvado. Ya ves, concluyó, el asombro lo puedes encontrar en el vuelo de una pequeña rapaz como lo puedes encontrar en el interior de una palabra cualquiera porque, verdaderamente, el asombro es patrimonio exclusivo de tu mirada.

Aún anduvieron un rato más y tuvieron ocasión de tomar fotografías de flamencos y limícolas pero ambos debieron acelerar el paso porque lentamente iba cayendo la tarde y la oscuridad de la noche se cernía sobre sus cabezas. Concluía el año y concluía también una hermosa tarde de paseo por la marisma durante la cual esta se había convertido, una vez más, en el espacio perfecto para la escenificación del asombro y el entusiasmo.