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Se cumplen 55 años de su muerte y la semana pasada hicimos actividad en la biblioteca central.

El contacto primero de Cernuda hacia la poesía vino a través de los versos de un poeta que se convertiría en uno de sus preferidos en lengua española: Gustavo Adolfo Bécquer.

Hacia los 14 años hizo Cernuda la tentativa de escribir versos, a pesar de no saber nada, en sus palabras, de las formas poéticas. Sólo tenía instinto del ritmo, primera cualidad del poeta.

 Otro momento sería hacia 1923 con 21 o 22 años: mientras hacía el servicio militar en Sevilla, salía cada tarde a pasear a caballo por los alrededores de la ciudad, era parte de la instrucción y una de esas tardes las cosas aparecieron como por vez primera, entrando en comunicación perfecta con estas y ahí tuvo el deseo de expresar lo que sintió y nació  una serie de versos que no pudimos disfrutar, pues no sobrevivieron.

En su primer año universitario fue Salinas su profesor, años más tarde diría Cernuda que no sabría decir cuánto le debe a sus indicaciones, a su estímulo. Sin la ayuda de él difícilmente habría encontrado el camino.

Leyó entonces a Garcilaso, Fray Luis de León, Góngora, Lope de Vega, Quevedo, Calderón.. y luego, asesorado por Salinas, habrían de venir los poetas franceses: Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud…

En 1924 aparecen los poemas de Perfil del aire, su primer libro, donde está la huella del poeta Reverdy. En los versos de este libro: desnudez, pureza.

A fines de 1926 se anuncia desde Málaga la aparición de la revista “Litoral”, allí empezó la publicación de sus versos, que vieron la luz en abril del 27, Perfil del aire será el 4º suplemento de Litoral. No durmió casi durante esos días. El desvelo debido a la aparición de su primer libro era evidente y humano.

Las críticas se sucedieron, al principio negativas y hundieron al poeta en la tristeza y aislamiento de su Sevilla natal. El trabajo poético será para entonces la razón principal de su existencia. También hubo elogios: José Bergamín entre ellos.

Para él Perfil del aire es el libro de un adolescente, melancólico, pero el libro de un poeta que desde el punto de vista de la expresión, sabía ya cuál era su dirección, su camino. Luego vendría el adiestramiento técnico al usar las formas del poeta más querido para él, Garcilaso. Escribió pues, émulo de aquél, su  Égloga, Elegía, Oda.               Quiso hallar entonces en poesía el equivalente a lo que experimentaba al ver a una criatura hermosa, o al oír un aire de jazz. Experiencias intensas que desarrollarían su entusiasmo poético.

En julio de 1928 muere su madre y a comienzos de septiembre dejará Sevilla. Tuvo una gran sensación de libertad. Harto ya de su ciudad nativa, no sentirá luego deseos de volver a ella. Las ciudades, como los países, como las personas, si tienen algo que decirnos, requieren un espacio de tiempo, nada más. Pasado este, nos cansan, dirá el poeta.  Sólo si el diálogo quedó interrumpido podremos desear volver a ella, a ellas. ¿Qué será ver siempre la misma cara junto a nosotros al despertar?, ¿las mismas cosas?, ¿las mismas calles?

Desde niño le atrajeron los viajes, el espacio lo obsesionaba, el tiempo, también.

Se marcha a Málaga, atraído por el mar y la idea de charlar con los poetas malagueños compañeros de generación, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados. Más tarde marchó a Madrid. Se dedicó de lleno a su primera vocación: la poesía. Abandonó pues el Derecho.

Allí estuvo con Aleixandre. Salinas en aquel tiempo le insistía en que fuera como lector de español a Toulousse. Y allí fue tras un tiempo, y encontró cosas sórdidas y también agradables, dijo. París, sin embargo le fascinó. Le gustó el Louvre y las librerías del boulevard Saint- Michel, con los libros derramados en las mesas en mitad de la acera. Allí surgieron los tres poemas primeros de la serie “Un Río, un Amor”. En París vio la primera película sonora, y su título y alguna que otra película más y sus letreros les dieron ocasión de incorporarlos a sus poemas.

Luego en Madrid, en 1929 siguió escribiendo, siempre usando su atracción al verso libre y pasando luego al verso largo, versículo, tan característico en esta etapa. Prescindió de la rima consonante o asonante, la primera rara vez usada en el futuro.

Poco a poco se arrimó a un tipo de poesía en la que lo que quería decir era más urgente que la forma. Se interesa entonces, debido a su afición al cine, por los EEUU. La vida allí le atraía como a todos los jóvenes de entonces. España era un país decrépito y en descomposición, irritante para el poeta, le atraía huir. Era época de la caída de la dictadura de Primo de Rivera y su antipatía al conformismo le hacía difícil el trato con los pocos escritores a quienes conocía, le repugnaba lo burgués que encontraba en ellos, decía. Pero en Aleixandre sí halló amistad. Las tardes que pasaron juntos las habrá de recordar el poeta con mucho agrado. También entonces en una de aquellas tardes, encontró en casa de Aleixandre a Federico García Lorca, que lo conmovió.

Acabado “Un Río, un Amor”, empezó Los placeres prohibidos. Era 1931. Los poemas escritos de una vez, sin correcciones. El periodo de descanso entre este último libro y Donde habite el olvido, fue el abandono del superrealismo.

En 1934, comenzó los poemas de “Invocaciones”, y cansado de los poemas breves al estilo machadiano o juanramoniano, percibió que la materia requería más amplitud, más dimensión. Era el momento de estudiar a Hölderlin, cansado de la estrechez de los superrealistas franceses, se orientó al estudio de poetas alemanes y de otros franceses, estudiando su lengua, también.

Tras Perfil del aire, sólo había publicado dos libritos, Donde habite el olvido, y “El joven marino”, en 1936. Todo fue reunido bajo el nombre La realidad y el deseo. El libro se publicó en las ediciones de la revista Cruz y raya de la mano de José Bergamín.

Desgraciadamente empezó entonces la guerra civil. Marchó a París, de julio a septiembre.  Al principio de la guerra dijo que veía el conflicto como reparador de las injusticias vividas, no tanto por sus horrores, aún desconocidos. Luego, en sus palabras, quedaría sorprendido no sólo de salir indemne de aquella matanza, sino la ignorancia propia, a pesar de estar todo tan cercano a él mismo.

Quiso entonces ser útil, servir. La poesía estaba al lado de su tierra y en su tierra.

Es lo expresado en los poemas del año primero de la guerra civil, que formarían parte de “Las Nubes”. La trágica muerte de Lorca no se apartaba de su mente. Usaba entonces el endecasílabo y el heptasílabo y leía a Leopardi.

En el 38 se va a Londres a dar unas conferencias. Pensó que volvería pronto, más no fue así. Fuera de su tierra, vivió el conflicto como pesadilla recurrente. Soñaba que lo perseguían allí. Ello le enseñó mucho de su relación subconsciente con España.  Londres le decepcionó primero, para entrar en su encanto, hecho de tradición filtrada a lo largo del tiempo, hacía falta tiempo. Y él sólo quería nostálgicamente volver a España pues presentía que poco a poco se distanciaría. Por eso, marchó a París tras unos meses, con idea de volver aquí. Sin recursos, sin trabajo, sólo con la ayuda de amigos y conocidos.

Eran entonces Machado y Unamuno en sus lecturas quienes le aclararon el camino de la nostalgia en Londres. Pasaría luego a Glasgow y de allí a Cambridge, en 1943. Aprendió de la poesía inglesa.  Entonces se publicó en México la edición 2ª de La realidad y el deseo. Ni Glasgow ni Escocia le fueron agradables y en el 41 comenzó a pasar tiempo en Oxford comenzando “Como quien espera el alba”, terminado en Cambridge en el 44. Leía a Goethe y Schiller. Luego a Kierkegaard. Siguió con la educación musical, era su preferida tras la poesía, entre las artes. Entre todos los compositores: Mozart.

Tras dejar Cambridge comienza  ”Vivir sin estar viviendo”, continuado en Londres, donde estuvo hasta el 45. Siguió sin simpatía hacia la rima, y al lenguaje inusitado o suculento. Quiso entonces usar los vocablos de empleo diario, lenguaje hablado y tono coloquial.

En marzo del 47 le ofrecen puesto en EEUU. Ni se planteaba entonces volver a España, así que aceptó. El 10 septiembre del 47 partió a EEUU con dos emociones contrarias: curiosidad y atracción a un país nuevo y algo fúnebre, abandonaba Europa.

EEUU le llamó mucho la atención, tan distinto. Tan activo, tan diferente siempre.

Luego vendría México en el 49 y comienza “Variaciones sobre tema mexicano, del 49 al 50.

Siguió allí cada verano, y en las vacaciones del 51, conoció el amor, comenzando los “Poemas para un cuerpo”.

Se siente joven, enamorado maduro dice, algo ridículo. Enamoramiento amenazado por la extinción.  El encuentro coincide con el fin de su trabajo en México.

En el 50 comienza “Con las horas contadas” indicando no solo la urgencia del tiempo sino del tiempo amoroso que debía acabar. Rima asonante. México le hizo atraerse a una tierra, le dio la seguridad de pertenecer al fin a un lugar.

Se instala en México en noviembre del 52 y acabó “Con las horas contadas”.

Cernuda mismo dice no haber sabido mantener la distancia entre el hombre que sufre y el poeta que crea. Aparecerá la 3º edición de “La realidad y el Deseo”, en México. Se ve la perspectiva de su trabajo .

Según dice, se quedó siempre a un lado de la vida, no para esperar, a que acabaran los dones del mundo, sino por respeto a la dignidad del hombre y para mantenerla. El carácter es el destino, según él.

Murió en Coyoacán el 5 de noviembre de 1963, de un infarto de miocardio. Vivía en la casa de su amiga Concha Méndez. Su cadáver se encontró en albornoz, cuando iba a tomar un baño. Su último libro, Desolación de la quimera, de 1962. Hacía tiempo que no escribía poesía, sí ensayos. Terminó bien retirado de sus amistades, Aleixandre o Guillén son muestra.

Cuando murió, leía un libro de Emilia Pardo Bazán, luego tenía nostalgia de España. En el poema “Bien está que fuera tu tierra”, elogia la España de las novelas de Galdós: “La real  para mí no es esa España obscena y deprimente en la que regentea hoy la canalla, sino esta  España  viva y siempre noble que Galdós en sus libros ha creado”. Descanse en paz, el poeta que tuvo la poesía como destino personal  y razón de vida.

            Apuntes biográficos tomados del epílogo del libro La realidad y el deseo ( 1924- 1962 ), antología poética del autor.  Editado en Madrid , ed. Alianza, 2005. 

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DONDE HABITE EL OLVIDO

Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora,
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo,
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos.
Donde habite el olvido.

Poema del libro Donde habite el olvido, Luis Cernuda, 1934