Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado
 

“El enemigo principal, ¿cuál es? ¿La dictadura militar? ¿La burguesía boliviana? ¿El imperialismo? No, compañeros, nuestro enemigo principal es el miedo y lo llevamos adentro.” Esto dijo Domitila Chungara en la mina de estaño de Catavi (localidad boliviana del Departamento de Potosí). Esta mujer logró la conquista de la democracia al derrocar a la dictadura del General Hugo Banzer Suarez en la década de los 70´. Y entonces se fue a la capital con otras cuatro mujeres y una veintena de hijos. En Navidad empezaron la huelga de hambre. Nadie creyó en ellas. A más de uno le pareció un buen chiste:

  • Así que cinco mujeres van a voltear la dictadura.

El sacerdote Luis Espinal es el primero en sumarse. Al rato ya son mil quinientos los que hambrean en toda Bolivia. Las cinco mujeres, acostumbradas al hambre desde que nacieron, llaman al agua “pollo” o “pavo” y “chuleta” a la sal, y la risa las alimenta. Se multiplican mientras tanto los huelguistas de hambre, tres mil, diez mil, hasta que son incontables los bolivianos que dejan de comer y dejan de trabajar y veintitrés días después del comienzo de la huelga de hambre el pueblo invade las calles y ya no hay manera de parar esto.

  • Las cinco mujeres han volteado la dictadura militar.

Así nos cuenta Eduardo Galeano lo que ocurrió en La Paz en 1978.

Millones de mujeres hacen esto mismo en todo el mundo. Durante la última gran crisis argentina, con la quiebra financiera del país y la implantación del corralito, las mujeres organizaron el reparto de comida por las barriadas, resucitaron el trueque y resolvieron la mayor parte de las necesidades básicas con productos que ellas mismas se ingeniaron en las casas.

Son las mujeres saharauis las que han levantado un país en medio del desierto. Han conseguido escolarizar a todos los menores, han creado guarderías y mantenido huertos en la arena. La resistencia afgana frente a los talibanes fue organizada y sostenida por las mujeres de RAWA que desafiaron las prohibiciones, la violencia y el terror de los fanáticos. Ellas organizaron las escuelas clandestinas para las niñas, la asistencia sanitaria negada a las mujeres y recorrieron el mundo denunciando la situación que soportaban en su país con identidades falsas y reuniones clandestinas.

Años antes, las Madres de la Plaza de Mayo argentinas, también las abuelas, las Viudas de Guatemala y las mujeres chilenas se enfrentaron a la impunidad de los militares, se negaron a aceptar las leyes de punto final —con las que los gobiernos de sus países querían olvidar la pesadillas de las dictaduras—, exigieron la verdad, sin ceder a la resignación.

En 1988, en medio de la Primera Intifada, 10 mujeres vestidas de luto y en silencio fundaron Mujeres de Negro. Eran israelíes y palestinas, juntas, exigiendo la paz. Actualmente, hay más de 1.200 delegaciones de Mujeres de Negro por todo el mundo. En Belgrado, en Colombia, en España...

Así, no es de extrañar que las mujeres formen la base del movimiento antiglobalización. Es el movimiento feminista y su forma de organizarse en redes de solidaridad, antijerárquicas y participativas, el que sirve de precedente al movimiento antiglobalización. El nombre surge en las protestas de Seattle, en diciembre de 1999, cuando 50.000 personas llegadas de todo el mundo, se organizaron para protestar contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio. «Otro mundo es posible» fue el grito que se escuchó en el Primer Foro Social Mundial que se celebró en Porto Alegre, Brasil, en febrero de 2001, como respuesta a la cumbre de Davos. En esta ciudad suiza se reunían en las mismas fechas los poderosos del mundo. Otro mundo, posible, es el que se empeñan en construir los movimientos de mujeres.

Pero el enemigo es poderoso. Bajo el nombre de globalización se esconde la mundialización de la economía ultraliberal. Con la caída del comunismo en el este de Europa, el capitalismo ya no tiene barreras ni freno. La única lógica, a partir de entonces, es la lógica del beneficio y los intereses de las empresas priman frente a los derechos de los trabajadores o el respeto al medio ambiente. Esto ocurre tanto en los países emergentes, donde se instalan las multinacionales en busca de mano de obra más barata o nuevos recursos para explotar, como en las democracias occidentales donde los derechos de trabajadores y trabajadoras parecían más consolidados.

Es la llamada «nueva economía», nombre que se acuña en la bolsa de Nueva York y como explica Pepa Roma, está basada en la privatización de las empresas públicas y los recursos naturales, el recorte de los gastos sociales, la liberalización del mercado laboral y la eliminación de todas las barreras que se interponen al comercio y al flujo de capitales. Son las instituciones económicas internacionales como la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial las que imponen, a todos los países, la doctrina que interesa a la principal capital financiera del planeta. Son estas instituciones las que obligan a los gobiernos a aceptar las nuevas políticas económicas para conseguir préstamos a cambio y ser admitidos en las reglas del comercio mundial.

La globalización, así, sin apellidos, podría definirse como la apertura de fronteras, la libertad absoluta de mercados y transacciones financieras, la información y operatividad al instante a través de Internet. Pero si se trata de la globalización gestionada por el neoliberalismo, la que actualmente sufrimos, como mínimo habría que decir que está ahondando más y más las desigualdades, no sólo las sociales y económicas, sino también las provocadas por razón de sexo. En realidad, la era global no sólo supone una nueva etapa del capitalismo, sino —y sobre todo— una furibunda fase del patriarcado.

Nuria Varela. Feminismo para principiantes (2005). Ediciones B, pp. 235-238.

 

Hacer de la necesidad virtud: coronavirus, feminismo y vulnerabilidad. Carmen Magallón. La Marea 17/04/2020.

https://www.lamarea.com/2020/04/17/hacer-de-la-necesidad-virtud-coronavirus-feminismo-y-vulnerabilidad-8/