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Margarita Salas inició el desarrollo de la biología molecular en España. Su estudio sobre el virus bacteriano Phi29 nos ha permitido conocer cómo funciona el ADN, cómo sus instrucciones se transforman en proteínas y cómo estas proteínas se relacionan entre ellas para formar un virus funcional.

Se define a sí misma como una persona sencilla y muy trabajadora. Se emociona con la suite de violoncello de Bach y recuerda el efecto que le produjo la lectura de El segundo sexo de Simone de Beauvoir.

Amante de la pintura y la escultura moderna. La virtud que más admira y necesita es la honestidad y su paisaje favorito, después de la campiña asturiana, es el laboratorio. Allí se olvida del mundo.

Margarita nació en noviembre de 1938 en un pueblecito de la costa asturiana llamado Canero.

 

Por lo que se refiere a su formación, sus padres siempre tuvieron muy claro que sus tres hijos tenían que hacer una carrera universitaria y, en consecuencia, las hermanas no sufrieron ningún tipo de discriminación respecto a su hermano varón. 

Cuando llegó la hora de escoger carrera no acababa de decidirse entre las Ciencias Químicas y la Medicina. Así que optó por ir a Madrid para estudiar un curso selectivo que le valdría para ambas. Este contaba con cinco asignaturas (Física, Química, Matemáticas, Biología y Geología) que había que aprobar para seguir la carrera de Química. Para hacer la de Medicina, en cambio, no hacía falta superar la Geología, asignatura que a Margarita no le entusiasmaba. Así y todo, la estudió la noche antes del examen y la aprobó. Abierta la posibilidad de cursar ambos estudios, finalmente se decidió por la Química, lo que fue una buena elección puesto que muy pronto se dio cuenta del entusiasmo que le generaba pasar horas en el laboratorio de Química Orgánica. Tanto es así, que al terminar el tercer curso pensó que su futuro podría ser la investigación en esta materia. Salas ha afirmado en diversas ocasiones que «la vocación científica no nace, se hace», y la suya surgió en aquella época. A las puertas de un verano que le cambiaría la vida.

Margarita conoció a Severo Ochoa comiendo paella. Su padre, primo político y compañero de la Residencia de Estudiantes del científico, le había invitado a comer. Durante el almuerzo, Severo Ochoa les propuso acompañarle a una conferencia que daba al día siguiente en Oviedo y aceptaron encantados. La charla, que versaba sobre su investigación, dejó fascinada a Margarita y despertó su atracción por la bioquímica.

Durante su carrera como investigadora, Margarita ha sido reconocida con numerosas distinciones, como el Premio Rey Jaime I de Investigación (1994), el Premio de Investigación e Innovación Tecnológica de la Comunidad de Madrid (1998) y el Premio Nacional de Investigación Santiago Ramón y Cajal (1999). Ha recibido, asimismo, la Medalla del Principado de Asturias (1997), la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid (2002), la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (2003) y un largo etcétera. Desde 2015 tiene su propio museo en Luarca y es la única mujer que tiene su figura en la galería de la ciencia en el Museo de Cera de Madrid.

Margarita cree en la necesidad de divulgar la ciencia a la sociedad para que esta comprenda las ventajas que tiene la investigación y los descubrimientos que se están haciendo. 

Margarita Salas es todo un referente de la investigación en España, una investigación que cuenta con profesionales de alto nivel que cada vez reciben menos apoyo y financiación pública. El mejor homenaje a Margarita, a todos ellos, sería recompensar su dedicación facilitándoles las herramientas necesarias para llevar a cabo su trabajo. Si no se toman las medidas necesarias para hacerlo posible, nos quedaremos sin futuro.

Un país sin investigación es un país sin desarrollo.

Margarita Salas