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Con motivo de la celebración del Día del Libro que será el próximo martes, 23 de abril, tenemos previstas una serie de actividades en nuestra biblioteca.

Las compartimos aquí junto con unos textos sobre la lectura de la escritora Irene Vallejo y un hermoso manifiesto por los libros de Amelina Correa.

Tú, que lees este libro, has vivido durante algunos años en un mundo oral. Desde tus balbuceos con lengua de trapo hasta que aprendiste a leer, las palabras solo existían en la voz. Encontrabas por todas partes los dibujos mudos de las letras, pero no significaban nada para ti. Los adultos que controlaban el mundo, ellos sí, leían y escribían. Tú no entendías bien qué era eso, ni te importaba demasiado porque te bastaba hablar. Los primeros relatos de tu vida entraron por las caracolas de tus orejas; tus ojos aún no sabían escuchar. Luego llegó el colegio: los palotes, los redondeles, las letras, las sílabas. En ti se ha cumplido a pequeña escala el mismo tránsito que hizo la humanidad desde la oralidad a la escritura.

Mi madre me leía libros todas las noches, sentada en la orilla de mi cama. Ella era  la rapsoda; yo, su público fascinado. El lugar, la hora, los gestos y los silencios eran siempre los mismos, nuestra íntima liturgia. Mientras sus ojos buscaban el lugar donde había abandonado la lectura y luego retrocedían unas frases atrás para recuperar el hilo de la historia, la suave brisa del relato se llevaba todas las preocupaciones del día y los miedos intuidos de la noche. Aquel tiempo de lectura me parecía un paraíso pequeño y provisional —después he aprendido que todos los paraísos son así, humildes y transitorios—.

Su voz. Yo escuchaba su voz y los sonidos del cuento que ella me ayudaba a oír con la imaginación: el chapoteo del agua contra el casco de un barco, el crujido suave de la nieve, el choque de dos espadas, el silbido de una flecha, pasos misteriosos, aullidos de lobo, cuchicheos detrás de una puerta. Nos sentíamos muy unidas, mi madre y yo, juntas en dos lugares a la vez, más juntas que nunca, pero escindidas en dos dimensiones paralelas, dentro y fuera, con un reloj que hacía tictac en el dormitorio durante media hora y años enteros transcurriendo en la historia, solas y al mismo tiempo rodeadas de mucha gente, amigas y espías de los personajes.

En esos años, fui perdiendo los dientes de leche, uno a uno. Mi gesto favorito mientras ella me contaba cuentos era menear un diente tembloroso con el dedo, sentirlo desprenderse de sus raíces, bailar cada vez más suelto y, cuando finalmente se partía soltando unos hilos salados de sangre, colocármelo en la palma de la mano para mirarlo —la infancia se estaba rompiendo, dejaba huecos en mi cuerpo y añicos blancos por el camino, y el tiempo de escuchar cuentos acabaría pronto, aunque yo no lo sabía—.

Y, cuando llegábamos a episodios especialmente emocionantes —una persecución, la proximidad del asesino, la inminencia de un descubrimiento, la señal de una traición—, mi madre carraspeaba, fingía un picor de garganta, tosía; era la señal pactada de la primera interrupción. Ya no puedo leer más. Entonces me tocaba suplicar y desesperarme: no, no lo dejes aquí; sigue un poquito más. Estoy cansada. Por favor, por favor. Interpretábamos la pequeña comedia, y luego ella seguía adelante. Yo sabía que me engañaba, claro, pero siempre me asustaba. Al final, una de las interrupciones sería de verdad, y ella cerraría el libro, me daría un beso, me dejaría a solas en la oscuridad y se entregaría a esa vida secreta que viven los mayores por la noche, sus noches apasionantes, misteriosas, deseadas; ese país extranjero y prohibido para los niños. El libro cerrado se quedaría sobre la mesilla, callado y terco, […]

(De Irene Vallejo, El infinito en un junco, 2019)

 

MANIFIESTO A FAVOR DE LA LECTURA

DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO

CENTRO ANDALUZ DE LAS LETRAS

 

ENCIENDE UNA LUZ

Hubo un tiempo durante mi infancia en que, para mí, cada día era el Día del Libro. No puedo entender a la niña que fui, ni a la mujer que soy, sin los libros, que son tan parte de mí como mis venas y los latidos de mi corazón. Libros con los que mi niñez construyó los peldaños de una escalera y los huecos de una ventana, mientras entonaba romances antiguos que me vinculaban, sin saberlo, con un ancestral y riquísimo venero. Los libros me permitían ascender hasta la luna de Verne, abrir el cofre del tesoro de Stevenson o imaginarme   por un momento a la Jo de Mujercitas, los cuentos de hadas, El Guerrero del Antifaz, Enyd Blyton, El Conde Lucanor, Los tres mosqueteros, las Leyendas de Bécquer, con el primer gozoso escalofrío de terror, la mitología clásica que abrió para mí un mundo insospechado.

El libro ha   sido escalera, ventana, cofre, consuelo (¿cuántas   veces   ha llenado nuestras horas convalecientes? Y pienso en autores a quienes su salud obligó a guardar un largo reposo: Aleixandre, Ángel González..., pero también barco que ha posibilitado nuestras huidas y aventuras (y “ruega que tu camino sea largo”, nos enseñó Kavafis en su maravilloso “Ítaca”).

También han sido, sin duda, faro, rayo de luz que alienta, incluso en la noche oscura del alma. En la Alejandría de la Antigüedad coexistieron paradójicamente la más inmensa de las bibliotecas -que hubiera hecho las delicias de Borges-, y un faro, que fue   considerado   maravilla   del   mundo. El tiempo, la barbarie o el fanatismo arrasaron con ellos.

Ojalá ahora, que volvemos a vivir tiempos convulsos, el libro pueda servir de faro o de consuelo. Y pienso - ¡cómo no hacerlo! - en todas esas víctimas de la inicua guerra de Ucrania, arrancadas de sus  vidas. A cuántas de ellas un libro podrá servir, al menos, de refugio o de faro ante tanta oscuridad.

Y no quiero olvidar la amargura de ser mujer hoy en Afganistán, abandonado en manos de la cruel intolerancia, donde este curso se ha privado del acceso a los libros a las niñas mayores de doce años, haciendo realidad, un siglo después, lo que   Lorca   escribió   en La casa de Bernarda Alba:

“Nacer   mujer   es   el   mayor castigo”.

Tampoco   lo   tuvo   fácil, salvando   todas   las   distancias, nuestra   Cecilia   Böhl de Faber, autora del año en 2022, a quien ser mujer y querer dedicarse a las letras en   un   siglo   hostil   como   el   XIX   le   costó, por   de   pronto, tener   que   proteger   su identidad   mediante   un   seudónimo.   Pero   la   literatura   puede   salvar, y   bien   lo demuestra una obra de apogeo decimonónico, como Las mil y una noches, donde la inteligente Scherezade conquista literalmente su vida gracias a la narración de cuentos, gran parte de ellos procedentes de ese ancestral y riquísimo venero de la tradición   y   el   folclore   popular   a   que   antes   me   refería.   Ese   venero, a   cuyas aguas precisamente acudirá Fernán Caballero, y del que surgirá el más frondoso de los árboles.

Por   eso   tú, que   ahora   atiendes   mis   palabras, abre   un libro   y   bebe   como   si saciaras tu sed en una antigua fuente. Lee sus páginas y enciende una luz para intentar que el mundo sea un lugar un poco menos oscuro.

Amelina Correa Ramón

Catedrática de Literatura Española y escritora

 

ACTIVIDADES

LUNES, 22: LOS DONES DE LA TIERRA: LITERATURA CAMPESINA, PALABRAS QUE ENRAIZAN, POR OLGA DURÁN (AGRICULTORA); 2ª HORA PARA 3º C y D.

MARTES, 23: DÍA DEL LIBRO: ENCUENTRO CON AUTOR. PRESENTACIÓN DEL LIBRO TRES DÍAS DEL 33, RAMÓN PÉREZ MONTERO; 4ª HORA PARA 2º BACH A, C, BCD.

Y LECTURA ININTERRUMPIDA DEL LIBRO DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

MIÉRCOLES, 24: ACTIVIDADES VARIADAS DE DINAMIZACIÓN LECTORA; 1ª HORA PARA 1º ESO B / 5ª HORA PARA 1º ESO A. (Vídeo libros, Juego literario, poema…).

Y ENTREGA DE PREMIOS GANADORES DEL TERCER CONCURSO DE TRADUCCIÓN DE TEXTOS LITERARIOS EN INGLÉS Y FRANCÉS; EN EL RECREO DEL MIÉRCOLES.

JUEVES, 25: ACTIVIDADES VARIADAS DE DINAMIZACIÓN LECTORA; 5ª HORA 1º ESO C/ 6ª HORA 1º ESO D.

VIERNES, 26: LOS DONES DE LA TIERRA: LITERATURA CAMPESINA, PALABRAS QUE ENRAIZAN, POR OLGA DURÁN (AGRICULTORA); 5ª HORA PARA 3º ESO A y B.

FOTOS, GRAFITTI ODA AL LIBRO: TODA LA SEMANA.

BIBLIOTECA IES LA JANDA 2023/ 2024