Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado

El caminante se adentró por la angostura, un sendero arenoso y estrecho, rodeado de huertas de regadío y explotaciones ganaderas; en las proximidades un río acogía en sus orillas cañaverales y juncos. No habían pasado treinta minutos desde que recibiera la llamada telefónica de una amiga parisina que, con un ligero tono de alarma en la voz, le solicitó que saliera a su encuentro. Era domingo por la mañana y sabía que ella acostumbraba a caminar por el campo; alguna vez la había acompañado. Por un instante, pensó que podría haber tenido algún accidente y no dudó en dejar lo que estaba haciendo en esos momentos para buscarla, no sin antes coger la mochila, en cuyo interior tenía las dos cámaras de fotos, con las baterías cargadas. Conocía la zona, no hacía mucho había estado por allí fotografiando nidos de cigüeñas, construidos primorosamente sobre depósitos de agua o torres eléctricas con ramas secas, tierra, musgo, hierba o estiércol. Le contó un vecino al caminante que esos nidos los reutilizaban las cigüeñas de un año para otro, aumentando en peso y en tamaño. Primero llega el macho y pocos días después la hembra, le dijo el vecino.

Add a comment

Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado

Se abre paso el caminante por un sendero estrecho y apenas transitado que desciende hacia la carretera. Tiene entendido que bajo sus pies perduran aún piedras de lo que fue calzada romana; el pasado se asoma entre las grietas del presente, del mismo modo que avanza la vegetación invasora en algunos tramos del lienzo de muralla que despunta sobre la cabeza del caminante, conforme va dejando atrás el pueblo. En el descenso, atraviesa el caminante un bosque de pinos y acebuches; es un camino sinuoso y sombreado, salpicado de vinagreras, lentiscos, palmitos…está próximo el mes de abril y en algunos tramos se va extendiendo el amarillo del jerguen, como poderosos rayos de sol que penetraran en la espesura del bosque.

Add a comment

Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado

El caminante se detuvo una mañana a desayunar en un bar de una localidad próxima a la marisma y allí trabó conversación con unos señores que tomaban café a su lado. Mire, por allí va el vuelvepiedras. El caminante giró la cabeza; una figurilla humana de cuerpo menudo, ojos pequeños y rostro sonriente descendía con paso ligero por la calle situada justo enfrente del bar, una calle adoquinada y de pendiente muy pronunciada. El caminante les había contado minutos antes que esa mañana iría a la marisma para intentar tomar unas fotografías de los vuelvepiedras, unas aves limícolas de pequeño tamaño, patitas anaranjadas y un pico corto en forma de cuña que utilizaban para voltear piedras pequeñas bajo las cuales encontraban alimento, insectos, pequeños moluscos y crustáceos.

Add a comment

Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado

En agosto acostumbra el caminante a pasear, durante la caída de la tarde, por un sendero que discurre paralelo a la costa. Es una zona fronteriza entre tierras de cultivo y suaves sistemas dunares que rompen, como olas de arena, en playas insólitamente vírgenes. Durante el recorrido suele cruzarse con otros caminantes y con algún ciclista. La luz es delicada y envolvente, una luz que es silencio, que es invitación al recogimiento, una luz que se va apagando gradualmente, desdibujando los contornos del día. En ocasiones se detiene un rato junto a una torre vigía del siglo XVI construida con piedra ostionera, desde cuyo interior le llegan los sonidos de las palomas que hoy la habitan, el agitado silbido de sus alas y su arrullador zureo.

Add a comment

Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado

Hubo una tarde de verano avanzado en la que el caminante se alejó de la marisma y dirigió sus pasos hacia una población cercana. Recientemente le habían llegado noticias sobre un viejo edificio donde anidaban los vencejos. El caminante no se sentía capaz de identificar con claridad a esas extraordinarias avecillas migratorias que a veces confundía con golondrinas, por su plumaje negro y su agitado vuelo. Había leído alguna vez que los vencejos pasaban gran parte de su vida en el aire y que en el aire copulaban, en el aire dormían y en el aire se alimentaban de insectos, de  manera que solo se posaban en la tierra durante la época de cría y era entonces cuando solían utilizar, para ello, en ambientes urbanos, edificios abandonados.

Add a comment

Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado

     Madrugó una mañana el caminante para dirigirse hacia lo que un día fue uno de los humedales más extensos de la península y un valiosísimo lugar de tránsito de las aves migratorias hacia el continente africano. Llevaba en la mochila dos cámaras, alguna pieza de fruta, agua y un ramillete de nerviosa expectativa. Estaba muy avanzado el otoño y en los últimos días habían bajado las temperaturas, señal que confirmaba el avance inexorable del calendario.

Add a comment